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Desirée Vaquero

Desirée Vaquero

DESIRÉE VAQUERO

(Medina de Rioseco, 1997)

La piel como testigo

Laboratorio artístico 11 Filas

Dirección: Dirección: C/ la Galatea 2, 47004 Valladolid

En ‘La piel como testigo’, cada imagen es un grito silencioso que nos despierta a una realidad oculta y desgarradora. Abre ventanas al dolor propio, capturado en mixed-media gracias a la fusión del retrato tradicional con elementos digitales y transformaciones analógicas. Las fotografías -sometidas a procesos de quemado, rotura, costura y congelación- son testimonios visuales que nos atraviesan con su quietud desde la pared. Se convierten en el sujeto que sufre, en espejos que reflejan las heridas invisibles que la violencia de género deja en todas las mujeres.

Ellas, marcadas por el resto de sus vidas. Aún más cuando creen que deben soportar ciertas actitudes. Y por esas voces, que se entremezclan… “Quería gritar, pero no encontraba mi voz”, “Pues no es para tanto…”, “La culpa es tuya”, “Exageras un poco, ¿no crees?”, “¿Estás segura?”. La duda y la culpa -propia y ajena- revelan la lucha tanto interna como externa que enfrentan las mujeres maltratadas, cuando desafían las narrativas sociales perpetuadas al amparo del silencio y del machismo.

Mediante la fotografía híbrida, este proyecto busca estimular la conciencia social. La empatía, la comprensión y el amor son fuerzas poderosas que pueden transformar realidades, y este viaje remarca la capacidad del arte para sanar, empoderar y -sobre todo- cambiar el mundo, desafiando al espectador a mirar más allá de la superficie, a reencontrarse con la humanidad y a unirse contra la violencia de género: «Pretendo mostrar mis heridas y ponerles nombre, ayudar a otras víctimas en su proceso y, juntas, salir de esta oscuridad».

Desirée se enamoró de la fotografía mientras estudiaba el Grado Superior en la Escuela de Artes de Burgos, donde descubrió el sentido de la fotografía social y artística y “lo que significaba ser fotógrafa”, gracias a la tutorización de Álvaro Sancha: «mi obra no es más que el encuentro de todas aquellas personas que dejaron marcado en mí, una parte de ellos ». Considera este arte como «un idioma capaz de traducir los silencios que habitan entre lo real y lo imaginario», percibiendo su cámara como «un órgano sensible que late, respira y siente más allá de lo visible». Cada imagen es para ella «una cicatriz luminosa, un fragmento de memoria que se resiste a desaparecer». Cada encuadre, «una declaración íntima, donde lo personal se funde con lo colectivo». Y cada disparo, un acto de resistencia. «No vengo a mostrar el mundo, vengo a reinventarlo: revelando esas verdades que sólo se susurran cuando nadie más está mirando».